Pronto nos vamos a adentrar en el mes de noviembre, conocido como mes de San Martiño; conocido también como, mes de difuntos, porque el día dos se celebra todos los años el día de Difuntos, día dedicado de un modo especial a recordar y a rezar por aquellos que han cruzado ya la frontera de la eternidad. Frontera que también nosotros cruzaremos un día para encontrarnos junto a ellos en la casa del Padre Dios; esa casa de la que Jesús hablaba a los Apóstoles la víspera de su muerte, al despedirse de ellos.
No debe ser un día triste; la característica de ese día debe ser la esperanza, si miramos las cosas desde la fe. Nuestro destino común no es el vacío ni la nada, sino la casa del Padre Dios. Jesucristo, con sus enseñanzas y con su modo de vivir, nos enseñó el camino que lleva a esa Casa, donde un AMOR, un Padre amoroso, nos espera. Así lo expresaba la Madre Alicia Ainé, monja carmelita francesa (1896-1976), en un poema, que transcribimos:
No debe ser un día triste; la característica de ese día debe ser la esperanza, si miramos las cosas desde la fe. Nuestro destino común no es el vacío ni la nada, sino la casa del Padre Dios. Jesucristo, con sus enseñanzas y con su modo de vivir, nos enseñó el camino que lleva a esa Casa, donde un AMOR, un Padre amoroso, nos espera. Así lo expresaba la Madre Alicia Ainé, monja carmelita francesa (1896-1976), en un poema, que transcribimos:
Qué acaecerá en el otro extremo cuando todo para mí haya caído en lo eterno, no lo sé. Creo con fe sincera, que un amor me espera.
Sé que entonces tendré que hacer, pobre y sin pesas, el balance de mí. Mas no creáis que desespero. Creo, y de qué manera, que un amor me espera.
Cuando muera no lloréis; es un amor quién me lleva. Si tengo miedo - ¿y porqué no? -, recordadme con piedad sincera, que un amor, un amor me espera.
Totalmente me abrirá a su gozo, a su luz. Sí, Padre; vengo a tí en la brisa, que viene y va ligera a tu amor, tu amor que me espera.
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