El sufrimiento, sobre todo cuando nos toca de cerca en el camino de la vida, es con frecuencia piedra de tropiezo para creyentes y no creyentes. Estos suelen aducirlo como motivo de su falta de fe; los creyentes porque no aciertan a dar una razón convincente que lo justifique, sobre todo cuando hiere con dureza su propia vida o la vida de los que más quieren. Y Jesucristo ¿qué dice? Jesucristo nunca, en su predicación, pronunció ningún sermón tratando de explicar el sufrimiento. Pero de sus enseñanzas y su modo de actuar se deduce cuál era su actitud ante el sufrimiento, ante el dolor.
Esa actitud podemos expresarla de este modo: Jesús no busca el sufrimiento, pero tampoco deja de seguir el camino recto” –“la voluntad del padre”- a causa del sufrimiento que pueda padecer en él (Mt. 26,39). Busca hacer el bien y cuando en el camino del bien aparece el dolor no cambia de ruta. De hecho hacer el bien (ser honrado, ser generoso, no ser vengativo, saber compartir los bienes, no hacer al otro lo que no me gusta que me hagan a mí, etc.) lleva consigo muchas veces el sufrimiento. Por eso, quienes quieran ser sus discípulos, han de contar con él (Lc. 9,23). Preferirá la muerte antes que dejar de proclamar y practicar la verdad. Y está convencido de que el sufrimiento no es algo querido y programado por Dios. Dios no ama el sufrimiento; ama al que sufre. Por eso colgado en la cruz no pierde la confianza en Dios y muere diciendo “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu” (Lc. 23, 46).
Conclusión: el que uno sufra no significa que Dios no le ame. Amaba a su hijo, y lo demostró resucitándolo, y sin embargo, no le evitó el sufrimiento.
Esa actitud podemos expresarla de este modo: Jesús no busca el sufrimiento, pero tampoco deja de seguir el camino recto” –“la voluntad del padre”- a causa del sufrimiento que pueda padecer en él (Mt. 26,39). Busca hacer el bien y cuando en el camino del bien aparece el dolor no cambia de ruta. De hecho hacer el bien (ser honrado, ser generoso, no ser vengativo, saber compartir los bienes, no hacer al otro lo que no me gusta que me hagan a mí, etc.) lleva consigo muchas veces el sufrimiento. Por eso, quienes quieran ser sus discípulos, han de contar con él (Lc. 9,23). Preferirá la muerte antes que dejar de proclamar y practicar la verdad. Y está convencido de que el sufrimiento no es algo querido y programado por Dios. Dios no ama el sufrimiento; ama al que sufre. Por eso colgado en la cruz no pierde la confianza en Dios y muere diciendo “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu” (Lc. 23, 46).
Conclusión: el que uno sufra no significa que Dios no le ame. Amaba a su hijo, y lo demostró resucitándolo, y sin embargo, no le evitó el sufrimiento.
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