El día 7 de abril, en la homilía de la eucaristía de la toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, como nuevo Papa, aludiendo a la parábola del Hijo Pródigo, en un sencillo, hermoso y alentador comentario, decía el Papa:
A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del Padre misericordioso, me impresiona porque me infunde una gran esperanza. Pensad en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más bajo, muy lejos del padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del calor de la casa paterna y vuelve. ¿y el Padre? Había olvidado al hijo? No, nunca. Está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento. Ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir, su libertad; el Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: ha vuelto. Y ésta es la alegría del Padre. En ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto! Dios siempre nos espera, no se cansa. Jesús nos muestra esta paciencia misericordiosa de Dios para que recobremos la confianza, la esperanza, siempre. Un gran teólogo alemán, Romano Guardini, decía que “Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia” (Papa Francisco).
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